Los sicarios de José Noriel Portillo Gil, El Chueco, son atendidos por becarios, o al menos, eso es lo que ha venido sucediendo durante los últimos años en una veintena de comunidades que rodean la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, donde los servicios de salud quedaron a cargo de estudiantes de medicina en servicio social, que cursan su último año de carrera, aprendiendo a detener hemorragias provocadas por AK-47, con salarios de 3 mil 290 pesos mensuales en promedio.
Testimonios de practicantes, internos y médicos dejan ver la precariedad y las condiciones en la que viven los futuros médicos pertenecientes a las universidades públicas de Chihuahua, modelo que se replica en el resto del país, obligando a los estudiantes a terminar sus prácticas profesionales en unidades auxiliares, móviles o rurales, sin las mínimas condiciones para resguardar su seguridad en tierra “narca”.
Cynthia (nombre ficticio) acepta conversar con MILENIO bajo la condición de resguardar su identidad y locación. El incidente que vivió se remite al 30 de junio del año pasado en una clínica de la región serrana donde mantiene presencia este brazo armado del cártel de Sinaloa, en Chihuahua. Después de 11 meses, tuvo que abandonar su bata blanca en aquel poblado y trasladarse a otra comunidad por no poder salvarle la vida a un sicario, siendo ella la única profesionista en el lugar.
Ese día, pasaban de las 17:00 horas y esta comunidad rarámuri ya sabía que algo malo sucedería. El pueblo se resguardó antes de lo habitual, y ella hizo lo propio; concluyó su turno, cerró, y se fue a “la casita”, un cubículo de tres por tres metros cuadrados, con paredes de tablaroca y techo de lámina que había sido construido a un costado de la clínica para los médicos becarios del IMSS-BIENESTAR en turno.
Al asomarse por la ventana, la joven de 24 años alcanzó a ver a siete sujetos con armas de grueso calibre; tomó el celular y se resguardó en el baño. Pero los hombres ya habían derribado la puerta metálica.
“¿Dónde está la doctora?”, gritaban con rabia.
La primera reacción fue marcarle al comandante hasta que la línea dejó de funcionar, “ya habían quitado la antena, ya no había señal”.
Minutos después, recibe una llamada del mismo jefe de la policía:
—¿Dónde está?
—Estoy en la clínica.
—¿Y por qué no abrió?
—¿Cómo cree que me voy a estar saliendo cuando hay siete hombres armados?—, le respondió.
—¿Cómo que no, doctora? Van para allá, no lo pudieron atender en las otras dos clínicas—, fue la respuesta del encargado de la seguridad pública.
El paciente tenía una herida de bala en la cabeza, y la médico estudiante no tenía ni compresas ni gazas para poder hacerle algo, al menos detener la hemorragia. Y finalmente, bajo amenazas, brindó la atención, pero no logró salvarle la vida.
Esa noche, logró que una vecina le diera refugio, pero la buscaban como responsable. Fue hasta el día siguiente cuando personal de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH) logró extraerla de la comunidad con una caravana policial. Mientras que la clínica rural, una vez más, se quedó sin médico ni un pasante, a la espera que otro becario acepte ocupar la misma plaza en “la casita”.
“En mi año de servicio yo sola, y eso sin contar el último mes, se atendieron 6 mil 301 consultas, sola, para una comunidad de más de 8 mil personas. Entonces, ¿te imaginas el trabajo para una sola persona cuando eres lo único que existe para esas comunidades? ¡Está obsoleto ya lo del servicio social!”.
Jornadas de 24×7
Jornadas que van de entre cinco a seis días por semana, horarios de entre seis y ocho horas de consulta y atendiendo servicios de urgencias las 24 horas del día, son parte de la jornada diaria de becarios y pasantes de medicina en la región serrana, con sueldos que van desde los 2 mil 800 y los 4 mil 901 pesos mensuales.
El alojamiento está generalmente en las clínicas que, en ocasiones, no tienen agua, luz, y la leña debe ser comprada por ellos mismos para soportar las temperaturas que van desde los menos dos grados hasta los 12 grados por las noches.
La selección de plazas ese da a través de un “acto público”, en el que los estudiantes firman con una institución de Salud, ya sea la secretaria de salud estatal o el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Actualmente, las universidades autónomas de Ciudad Juárez y Chihuahua tienen 135 pasantes de medicina. Y son las instituciones de salud las encargadas de repartirlos en hospitales de Guachochi, Valle de Allende y San Juanito, así como en las diferentes unidades médicas rurales.